La llamada

La llamada
La noche del 15 de mayo. Foto: Juan Pedro Salazar/ElTecolote.

Recuerda casi a la perfección esa llamada. Eran las 11:15 de la noche cuando mi teléfono sonó. Tenía arroz en la boca, pues había empezado a cenar, por lo que tardé unos segundos en contestar.

Mi cuerpo se aceleró al ver que la pantalla del celular tenía el nombre de mi mamá. Si bien esperaba que me hablara, algo me dijo que ese momento cambiaría mi vida.

Contesté. Mi hola fue interrumpido por la voz entrecortada de mamá. Se tomó un segundo y dijo:

-Hijo, quiero que te calmes y que me escuches tranquilo. Tu abuelito acaba de fallecer.

Guardé silencio. El mundo se me empezaba a caer sobre los hombros, por lo que recargué la mano sobre la mesa y apagué la televisión, como si con ello pudiera dilatar el impacto de la noticia o como si con ese acto pudiera cambiar la realidad.

-¿Hijo, hijo?, -dijo mamá algo preocupada. -Por favor, quiero que te calmes y que si vienes para acá, lo hagas con cuidado.

De mi voz no salían palabras.

-Hijo, por favor, contéstame-, me volvió a decir mamá.

Reaccioné. 

-Sí, mamá, guardo unas cosas y me voy, -le dije.

-Bueno, pero, por favor, tranquilo y me avisas, -me respondió.

-Sí, mamá. Colgué con el corazón acelerado y las lágrimas a dos segundos de salirme.

“Me quedé sin abuelo. Otra vez en martes”, escribí. 

Momentos después, recibí unas primeras palabras de calma, que aún atesoro en lo profundo de mi ser.

Después, se sumó una llamada que me dio un poco más de calma, mientras sentía cómo el dolor me subía por la garganta.

El reloj marcaba las 12:30 de la noche cuando llegué a casa de los abuelos. Dejé la mochila en la camioneta de mi papá y me tomé unos segundos, pues el momento de hacer la llamada me había llegado.

Respiré. Marqué al número al que un día antes había llamado para pedir informes sobre los servicios funerarios y por primera vez en la noche sentí el peso vivo de la muerte.

Las personas llegarían en media hora, por lo que me dio tiempo de entrar en un patio que respiraba dolor y tristeza.

Crucé la puerta. Pasé a la habitación y la realidad me pegó en la frente. 

Pedro estaba ahí, recostado, con los ojos cerrados, como si estuviera dormido. Melda lo acompañaba sentada en un costado, con la mirada perdida, mientras era abrazada por una de mis primas y uno de sus hijos.

No pude estar mucho tiempo ahí. Necesitaba moverme para sentir que podía servir de algo, o para no pensar en la muerte. Así que me puse a caminar y a ver unas cosas sobre lo que iba a pasar en las próximas horas. 

Una vez que la funeraria llegó y que se llevó a mi abuelo para prepararlo, me senté sobre la banqueta que tantas veces vio a mi abuelo descansar, me hice bolita y me solté a llorar… 

Hoy se cumplen cuatro meses de la llamada que me confirmó la partida de mi abuelo. Lo sigo extrañando. Me duele. Y, como ese día, me hago bolita al recordar que él se fue a las 22:45 de un 14 de mayo.

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