Una extranjera en pasarela

Llegar a la pasarela fue ser extranjera en un ambiente al que no estoy acostumbrada. Saqué los libros de mi mochila para cambiarlos por el maquillaje.. Foto: Jessie Rivera.

El fin de semana pasado participé en un concurso de belleza. Así como lo escuchan, a pesar de mí 1.56 y de mis medidas imperfectas, decidí que era buena idea entrar a una terna en la que calificarían mi físico y no mi intelecto que, según yo, es mi mayor atributo.

Más de una persona me preguntó por qué había decidido hacer algo así, tanto personas cercanas a mí como las mismas participantes del certamen, si yo me dedico a algo tan distinto, además de que eso podría ir en contra de mis ideales feministas. Pues bien, contrario a reforzar la cosificación de la mujer, quería demostrar que la inteligencia y la belleza en una mujer no están disociadas, además de que ser modelo es uno de mis sueños frustrados.

Y es que así es como me he convertido en lo que soy, porque tengo la convicción de que uno debe aprender a vivir con las carencias que enfrenta, y si a la repartición de belleza, esbeltez y estatura no llegué a tiempo, incansablemente me nutrirán las ideas, desarrollaré proyectos y trabajaré para que mis palabras lleguen a más rincones.

Llegar a la pasarela fue ser extranjera en un ambiente al que no estoy acostumbrada. Saqué los libros de mi mochila para cambiarlos por el maquillaje, cambié los discursos elaborados por los vestidos y las zapatillas, y las mesas de diálogo por una pasarela iluminada, llena de flores y curiosos.

Como una extranjera. Foto: Jessie Rivera.

Por un momento pensé en retirarme, no sólo era la más inexperta sino la más rolliza, pero asumí el reto más por valentía que por convicción. Hasta ese momento supe que lo que realmente estaba buscando era una experiencia, como siempre, para escribir.

En una de las rondas el conductor del evento me preguntó que si pudiera escribir el final de ese día, cuál sería. No supe exactamente qué contestar, pero la pregunta me estuvo rondando de ahí en adelante.

Por supuesto, no gané. Pese a todo, siempre he tenido la mala costumbre de sacar provecho a cada situación y así es cómo llegué a este momento.

Pocas veces me he sentido tan orgullosa de lo que soy. Por supuesto que me gustaría tener un rostro y un cuerpo dignos de concurso, pero también pocas veces he tenido la oportunidad de hablar de mi labor y de quien soy fuera del medio literario, donde el 90 por ciento de los presentes son amigos y conocidos, y hacerlo enfrente de un público distinto me hizo pensar en que no erré el camino. Además conocí a chicas encantadoras con las que, estoy segura, haré gran amistad.

Finalmente descubrí que a pesar de ser ámbitos tan distintos, la experiencia no lo es tanto como podría parecer: también en la literatura uno se expone, incluso de manera más peligrosa.

La pasarela. Foto: Jessie Rivera.

En una charla literaria uno intenta parecer desenfadado, uno se muestra como en traje de baño e intenta lucirse como en vestido de noche. Y sí, es un hecho que jamás ganaré una mención por mi belleza, pero ¿saben? Nunca me sentí tan orgullosa de hacerme llamar escritora y editora como en esa pasarela.

De regreso a casa, por la carretera y bajo las luces nocturas, sonaba “Como si fueras a morir mañana” del nuevo álbum de Leiva, con el hombre más maravilloso a mi lado. Al fin supe la respuesta a la pregunta del conductor del evento: escribiría el final de ese día exactamente igual.

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