Los caminos de la democracia son intrincados, muchas veces nebulosos y, en otras ocasiones, se parecen a un laberinto sin salida. Para el sistema político y la democracia mexicana ¿qué etiqueta daríamos a esta enredada estructura que parece no responder a ninguna lógica social, en la que no existe el concepto de dignidad, mucho menos de justicia?
Hace un par de semanas las elecciones en 12 estados de la República dieron un mensaje a la clase política de nuestro país, pero sobre todo, al Partido Revolucionario Institucional (PRI). México cambió, en complejidad, en retos, en el anhelo de su gente y las aspiraciones de su ciudadanía; por su parte, el PRI sigue como la misma estructura autoritaria, es el mismo partido cegado que se ha alejado completamente de su población y que no entiende los verdaderos problemas del México real, del México que sufre y pide renovación y cambio, ese México que está más allá de las cámaras de diputados y senadores, en San Lázaro y Reforma, alejado de las Secretarías de Estado, ubicadas cómodamente en la capital del país, completamente fuera de contexto de la Residencia Oficial de los Pinos y Palacio Nacional.
El México de hoy es un país con instituciones democráticas, mas es el resultado de un sistema político autoritario que tiene como centro al PRI. Por 71 años este partido gobernó bajo una dictadura simulada de democracia. Cuando perdió la presidencia de la República, en el 2000, el mismo sistema le permitió refugiarse en el control de los estados hasta poder regresar al poder ejecutivo.
Y en ese lapso de 12 años sin estar al frente del gobierno, ¿qué aprendió esta fuerza política? ¿Se renovó, cambió su visión en torno a la política, derogó los males de la corrupción, volvió a estar en contacto con la ciudadanía?
Para la desgracia de nuestro país los resultados del actual gobierno de Enrique Peña Nieto dan respuestas negativas a todas estas interrogantes. México cambió, el PRI, no. Y lo más severo es que los problemas de este país son más graves y requieren de una clase política más decidida y preparada de lo que está cualquier miembro político de ese partido.
Eso no lo digo yo, lo dicen los 50 millones de pobres en nuestro país, la gente con ingresos limitados y pocas oportunidades de trabajo; las familias que sufren día a día violencia derivada de la delincuencia y el narcotráfico en Guerrero, Michoacán, Veracruz y Tamaulipas, las familias que ven morir a diario a sus seres queridos o viven con la pena de saber que están desaparecidos. Lo sienten los maestros de Oaxaca, que sufren la negligencia de un Estado y gobierno que no comprende la carencias y limitantes para su labor en una de las zonas más marginadas del país.
Sin embargo, el PRI sigue en su negligencia. Y cabe preguntarnos ¿Qué entienden los priistas por política? ¿Poder, corrupción, dinero, comodidad o dominio? Esa una visión falsa de la política. Una que ha olvidado la verdadera capacidad trasformadora de este instrumento de la sociedad. La política es posibilidad de cambio, consenso, negociación y acuerdos. Visión que, dada la naturaleza autoritaria del PRI, parece negada a todos sus operadores y gran parte de sus miembros.