Dicen que la música cura, que si la escuchas cuando algo más te duele, el destino -o la reproducción aleatoria- te hace oír canciones que sanan.
A veces no aparecen a la primera. Pero, ¿qué es rápido y fácil en la vida?
Ayer escuché en vivo una de las canciones que, en su momento, me rescató y ayudó a entender que los finales forman parte de la vida, que los recuerdos son tesoros que hay que saber cuándo abrazar y cuándo guardarlos en la memora, y que aunque a veces duela tanto el corazón, siempre existirá el día de mañana para volver a volar.
La canción es Toda la vida, de Juliana.
Cuando la descubrí, lloré por varios minutos porque sentía que hablaba justo de lo que pasaba en ese momento.
Me dolía escucharla, pero sentía la necesidad de reproducirla, como si al hacerlo pudiera entender el hueco que tenía dentro y poder empezarlo a llenar.
Ayer que la oí, volví al llanto. Pero, fueron lágrimas tranquilidad, quizá impulsadas por la alegría de la gente que estaba ahí o porque recordé todo lo que ha pasado en un corto periodo de tiempo.
Hace unos días, una amiga me preguntó cuál era mi canción más personal. No lo dudé y le dije que era La vida no quiso. Y es que, otra vez, la música me tendió una mano, cuando me quejaba de por qué otra ilusión se me rompía, porque a veces “tan cruel (es) el destino, que te alejó de mi camino, y tan repentina la vida no quiso que estemos tú y yo”
Otra canción que, en su momento, me salvó y a la que me aferré fue Gran adiós, de Torreblanca. Recuerdo que también me ayudó cuando más lo necesitaba y me hizo entender que la vida no siempre va a ser como uno lo desea.
Hay veces que las canciones que sanan aparecen así, nada más. Por ejemplo, cuando mi abuelita materna empeoró de salud, conocí Pájaros, de Porter, por Spotify, y todavía hoy recuerdo cómo me estremeció en aquella ocasión y cómo me dolió cuando mi abuelita se fue de este mundo, hace dos meses.
A inicios de abril, esa canción la escuché en vivo, días antes de que mi abuelo paterno también se fuera de este mundo. Y sí, todavía me duele.
2024 ha sido un año raro, por decir lo menos. De muchas despedidas. De dejar atrás a personas y a partes de mí que creía inamovibles. De volver a empezar cada tanto. De rescatarme y sacar fuerzas de no sé dónde para trata de ofrecer consuelo que en ocasiones ni yo tenía. De sentir el peso de las ausencias. De ver cómo se resquebrajan mis ilusiones. De entender que la vida es caerse, volver a caerse y aprender a querer levantarse.
Y en ese caos, siempre aparecen las canciones que sanan, que hacen recordar que aunque “me duele tanto el corazón”, siempre “valdrá la pena la espera si es la que nos salva”.