Mi debilidad 

Mi debilidad
Foto: Juan Pedro Salazar/ElTecolote

Nos encontramos por casualidad. Era un atardecer de esos que te dediqué en un marzo ya lejano. Lucías bonita, con las mejillas coloreadas y el rojo del labial que tanto me gustaba. Y ahí, en medio del sueño, supe que siempre serías mi debilidad.

Nos acercábamos. Me mirabas detrás de tus lentes, con el cabello rojo, justo con el look del que me enamoré de ti y con el que aprendí a amarte. 

Quería abrazarte. Sentir cómo tu perfume se impregnaba en mi suéter. Tocar tus mejillas. Entrelazar las manos. Besar tus labios.

Pero no pude. Entre tú y yo había una barrera apenas visible. Una placa delgada, pero que evitaba el contacto entre ambos. Corrí, no podía permitirme dejarte escapar, no otra vez. Fue en vano, era como si la vida me dijera, a través de ese sueño, que hay historias que no se podrán vivir, que hay líneas por siempre paralelas.

Te puede interesar: Los atardeceres siempre llevarán tu nombre

Así que desistí. Volví hacia donde estabas, mientras la noche empezaba a ganar terreno en el cielo. Seguías ahí. Mirabas la estrella más brillante en el cielo y luego me pedías hablar.

El pecho se me contrajo. Las palabras viajaban a la velocidad de la luz de mi mente a mi boca. Respiré y fue ahí cuando te lo dije:

Ojalá mi mano estuviera entrelazada a la tuya. Ojalá mis ojos te vieran despertar cada mañana. Ojalá mis labios se posaran sobre tu frente. Pero sé que no va a pasar. 

Esta historia solo vivirá en palabras, en recuerdos de momentos fugaces, en risas cada vez más difusas, en la complicidad más tierna que he vivido. 

Te puede interesar: La noche que fue de nosotros

Y siempre agradeceré tu presencia en mi vida, que hayas estado ahí cuando más lo necesitaba, cuando mi mundo se derrumbó al perder a mis abuelos y cuando no sabía qué hacer para defender el barco que me habían encargado.

Gracias por las risas, por los mensajes de buenos días y los audios con los que me hacías reír, por las pláticas de horas y que terminaban con un “ya hay que ponernos a trabajar”, por los minutos que nos vimos, por las miradas que bastaban para entendernos, por recordarme que el amor hace sentir bien y que la mejor aventura del mundo es querer conocer para amar.

Siempre serás mi debilidad. Siempre te recordaré con cariño. Pero te dejo ir, no porque no quería luchar por ti, no porque no me intereses, sino porque sé que ya sabes cuál es tu camino.

Pusiste tu cabeza sobre la línea que nos separaba y te dejé un beso sobre la frente, así como esa noche tan convulsa de abril en la que me abrazaste y me sentí seguro en tus regazo.

Giraste. Sonreíste y te vi partir hacia la mano que ya te esperaba. Te fuiste. Me fui. Y esta historia ya tiene su fin.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *