En estos días leí una nota que afirmaba que ésta ha sido la Navidad más difícil desde el famoso error de diciembre en 1994. Y sí, pues el cierre de muchos negocios ha ocasionado pérdidas económicas impresionantes que van mucho más allá de mi nulo entendimiento de economía, pero que evidentemente se notan en el día a día, en los ingresos usuales de las personas, en las pérdidas de trabajo, etc.
Independientemente de la situación de 2020, ha habido años en los que me da por hacer una reflexión de balance por cierre de ciclos. A veces lo hago en diciembre y a veces en mi cumpleaños, pero creo que en esta ocasión amerita hacerlo en diciembre, un poco por el recuento y un poco por la esperanza que se necesita, por las ganas generalizadas de querer que todo esté mejor.
He tratado de ver las cosas buenas que sucedieron en este año de encierro, muerte y tristezas. Para variar mis tendencias a lo pesimista, me gustaría hablar de esas cosas buenas y las actividades productivas derivadas del encierro. Me atreví a hacer proyectos nuevos y la misma situación me obligó a salir de lo que podría llamarse “zona de confort” en la que estaba antes para aprender muchas cosas. Por supuesto tuve que modificar hábitos y rutinas, y sustituir actividades por otras, pero al final me di cuenta de que soy muy feliz en mi casa y agradezco que tengo la posibilidad de trabajar desde aquí sin tener que salir al mundo.
Si pudiera englobar lo malo del encierro, lo haría en un par de líneas: renunciar a museos, restaurantes, cines, teatros, viajes, talleres, eventos literarios y ferias de libro. Entre esto lo peor fue no tomar cafés con amigas ni poder platicar de frente con nadie.
Pero regreso a lo bueno, que es mucho.
Primero que nada, la oportunidad de reencontrarme con la vida de pareja (antes estaba en casa muy poco y coincidíamos algunas horas al día solamente) y la certeza de que estos meses nos hicieron más cercanos y felices que nunca.
Otra de las cosas buenas fue que gracias a la iniciativa de LibrObjeto (y atendiendo a mi precariedad económica) me aventuré a dar un taller en línea que me gustó mucho; de hecho, me quedé con ganas de ver más autores, leer más poemas y revisar más textos de los alumnos. Toda mi vida pensé que no me gustaba dar clases de nada, quizá porque mi única clase prueba para grupos de secundaria la sufrí (evidentemente pues tenía como un mes de egresada de la licenciatura) y quise salir huyendo, y porque mi única experiencia con un grupo de bachillerato fue un poco atropellada y bastante improvisada, entonces como que me quedó el mal sabor de boca. Pero resultó que mi taller de poesía en línea salió muy bien.
En terrenos laborales, de no haber sido por el encierro, seguramente no hubiera tenido la necesidad de aprender a realizar eventos y talleres en línea y manejar un montón de herramientas para ello. Pero aprendí y ya es algo nuevo con lo que cuento en el futuro.
En estos meses retomé la lectura con una avidez que no tenía desde la universidad. Siempre he sido muy indisciplinada para llevar un registro de libros leídos, a veces comienzo y pongo fechas de inicio y fin, pero luego llegan semanas de sequía en las que no leo nada en forma (sobre todo por viajes de trabajo) y después se me olvida regresar al registro. Creo que en este año leí alrededor de 40 libros, muchos en los últimos meses. Esto en parte gracias a que tuve más tiempo y no perdía un par de horas al día en trayectos casa-oficina, pero también y fundamentalmente gracias a que me uní a un club de lectura en el que conocí gente nueva y estimulante con la que compartí mis lecturas y me nutrí de sus comentarios. A partir de ahora quiero poner más atención en lo que leo y registrarlo con más detalle. Por eso mismo rescaté mi cuenta de Goodreads y pretendo actualizarla.
Una de las cosas que más satisfacción me han causado es haber terminado dos libros de poesía. Ambos ya estaban bosquejados desde 2019, pero les faltaba un empujón considerable, a uno más que a otro. Y por fin este año terminé los dos. Ahora sólo hay que buscar quién se anime a publicarlos y perder dinero haciéndolo. Si esto no pasa no sufro, terminar un libro es siempre dejar una parte de uno y al mismo tiempo es un gran alimento para el alma.
Finalmente, la otra cosa buena ha sido que en ratos libres de trabajo me escapo a andar en bici una hora cada día. Yo no soy una persona que hace ejercicio, y quizá en otro momento ahonde en el tema, pero me ha hecho sentir bien salir con sumo cuidado a un parque casi desierto a rodar un poco. Esto no hubiese podido hacerlo de haber continuado con la rutina pre-pandemia.
Es un cierre de año diferente. En tiempos normales hubiera ido a la playa a recibir el año, pero no me quejo. Ahora tocó estar con mi familia, y creo que al final dar tiempo a la gente que uno quiere es fundamental en la vida, sobre todo en tiempos en los que nos enteramos más que nunca de enfermedades y muertes. Sé que el siguiente año será igualmente difícil, quizá a ratos sea hasta peor, pero he decidido mantener la atención en las cosas buenas que se pueden hacer con las nuevas condiciones de vida.