Peña Nieto, el buen amigo presidente

Enrique Peña Nieto es uno de esos amigos que no hay en cualquier lado. Uno que da la cara por ti, se quema las manos por ti y es capaz de morir por ti. Foto: Twitter, @EPN.

Terminó el sexenio más decepcionante. Concluyen seis años de delincuencia —organizada y de cuello blanco que parecen lo mismo—, compadrazgos, desapariciones, extorsiones y corrupción, mucha corrupción.

Ese fue el sello de esta administración que pasará a la historia como la que hizo regresar al Partido Revolucionario Institucional a la silla presidencial, y también, como la que sepultó al partido y lo hundió en una debacle peor a la ocurrida en el 2000, tras 71 años de gobernar monárquicamente.

¿La razón? Una serie de actos que iniciaron como una pequeña exhalación de ceniza y que se convirtieron en la erupcion volcánica que sepultó a la civilización llamada nuevo PRI. Pero a diferencia de lo ocurrido en Pompeya o en Cuicuilco, el PRI de este siglo no fue enterrado por un elemento natural –tal vez la corrupción para ellos es parte de su mapa genético— sino por varias razones, pero una muy particular que no se menciona mucho en los medios ni en las voces de los expertos: la amistad.

Enrique Peña Nieto es sin duda uno de esos amigos que no hay en cualquier lado. Uno que da la cara por ti, se quema las manos por ti y es capaz de morir por ti. Suena a trivialidad pero en buena medida fue una de las razones que provocaron la caída de su régimen.

Como nadie, recibió los golpes que le tocaba a miembros de su administración y compañeros de partido con tal de protegerlos, incluso, postergó procesos judiciales y en algunos casos los mantuvo en sus cargos al punto de hacerlos insostenibles en el puesto.

Probablemente más que amistad, eran favores que Peña debió pagar a personajes como Javier Duarte, César Duarte, Roberto Borge, Jesús Murillo Karam, Gerardo Ruíz Esparza, Luis Videgaray o Rosario Robles, por mencionar un puñado de nombres que le ayudaron a ocupar una posición que fue comprada y cuestionada desde el día uno de su gobierno.

Estos políticos, comandados por el hijo menos afortunado de Atlacomulco, fueron quienes dinamitaron la continuidad de lo que publicaciones como Time llamaron “la Salvación de México”, titular que no se repitió de nuevo a raíz de casos como Ayotzinpa, la casa blanca, los desvíos de Javier Duarte, la estafa maestra, las ventas de tierra a precios de risa por parte de César Duarte y Roberto Borge entre muchas otras situaciones dignas del análisis y de investigaciones serias y profundas.

Incluso, el presidente se mantuvo solidario con su querido amigo Luis Videgaray tras la visita del entonces candidato Donald Trump. En primera instancia Peña asumió la responsabilidad total de la decisión, pero ante las críticas, incluso de sus aliados en medios de comunicación y colaboradores cercanos, tuvo que remplazar a su secretario y consejero más cercano. Primero la amistad, el país después.

Y aunque en una entrevista con El País, Peña Nieto dijo que el “Presidente no tiene amigos”, los hechos abofetearon su declaración y le demostraron que sí los tenía; malos amigos, de esos que las madres no quieren que sus hijos tengan por los problemas que les generan a largo plazo, pero aún así los conservan.

Este sexenio termina y cabría decir que el amigo presidente se fue solo, por la puerta pequeña, la que es para los perdedores, sin nadie que lo defendiera ante el zarandeo que significaron cada una de las palabras de Andrés Manuel López Obrador durante su discurso de toma de protesta. Tal vez en esta ocasión y a partir de ahora, el presidente ahora sí ya no tiene amigos.

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