Hace un año me encontraba viviendo mi primera experiencia laboral oficial. Antes había tenido empleos freelance, pero estar diez horas diarias en una oficina es otra cosa, por lo que traté de llevarme bien con todos mis compañeros. Todo marchaba bien hasta que a los cinco meses, más o menos, viví acoso y episodios de violencia por parte de uno de ellos.
Yo sé que mi caso no es único ni se trata de ninguna novedad, soy sólo una de tantas mujeres que a diario viven ese infierno, sin embargo, lo más surrealista del caso estaba por venir.
Tras el enfrentamiento que tuve con el sujeto (llamémoslo O), quien aseguraba que sus conductas se debían a “celos” porque yo convivía más con otros compañeros que con él y porque en su mundo de psicosis, “yo lo había ilusionado”, se fue; sin embargo, días después, en una junta, mi jefa dijo que ya no éramos niños pequeños ni estábamos en la escuela para “andarnos acusando”, con lo cual evidentemente se refería a mí.
Mi primer reacción fue preguntarme, ¿qué debía hacer entonces? Yo no acusé a nadie, únicamente, (y después de darle un montón de vueltas al asunto), decidí que debía avisar a alguna autoridad sobre lo que estaba sucediendo.
¿Cuándo debía hablar para que mis palabras no fueran consideradas como un chisme de oficina? ¿Cuando el tipo se atreviera a golpearme? ¿Cuando no fuera capaz de contener esa rabia con la que me hablaba? ¿Cuando el temblor de sus palabras, quijadas y puño estallaran? ¿Cuando intentara violarme? O mejor, ¿yo no debía hablar, sino mis padres y amigos hasta que estuviera desaparecida?
Qué pena que en un país en el que los #SiMeMatan de cada una de nosotras tiene razón de ser, seamos las mismas mujeres las que minimicemos las señales de alerta. Sí, se trata de homicidios, no de feminicidios, el asesinato de cualquier ser humano es igual de alarmante, pero también es un hecho que nosotras somos más propensas a cierto tipo de violencia, o simplemente se han normalizado situaciones como las que acabo de mencionar, las cuales nos ocurren con mucha más frecuencia a nosotras.
El colmo del mundo al revés es que el viernes pasado, casi antes de salir, O apareció en la oficina, como si nada hubiera pasado y saludando a todos sonrisa en cara. Mi jefa lo había llamado. Volver a darle trabajo es lo que ella considera que este hombre merece, aún cuando ella misma se quejó por haber recibido miradas lascivas de él (aunque a algunos les parezca estúpido sentirse incómoda por algo así) y los mismos compañeros varones lo confirmaron.
Por ahora nada es oficial, no sabemos si este editor volverá de planta o como freelance, lo cierto es que en caso de que la primera opción sucediera, yo pasaré al ejército del desempleo de papá Marx por seguridad y dignidad, pues no pienso convivir con el agresor.
Así, en este México en donde una es culpable por quejarse, por ser amable y hasta porque la maten, les agradeceré sus buenas vibras y sus ofertas de empleo.