Sobre las pérdidas

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Las pérdidas son importantes. Pero a veces parece que vivimos en un mundo que enseña a trascenderlas. Foto: Pixabay.

Las pérdidas son importantes. Pero a veces parece que vivimos en un mundo que enseña a trascenderlas, más que a conservarlas, eso suele confundirme mucho.

Cuando era niña mi mamá me llevó a clases de danza. Fue una cosa que me gustó tanto ¡y para la que era buena! No recuerdo bien cuántos años tenía, pero era pequeña y sin embargo estaba muy consciente de que lo que estaba haciendo ahí en ese escenario con faldas de colores y pasos acompasados lo estaba haciendo bien. ¡Y los gozaba como nada! Los pasos, la música, los amigos, el pequeño glamour de los reflectores. Era feliz, me divertía, bailaba con un disfrute auténtico, sin ningún tipo de presión; no sentía que tuviera que quedar bien con nadie, sólo estaba contenta bailando (qué pocas cosas en este mundo tenemos que cubren todas esas características).  

Los directores de la escuela de danza habían rentado un teatro para la función final. Yo tendría mi momento estelar, me sabía todas las coreografías, los pasos, conocía los vestuarios y cómo ponérmelos rápidamente, en qué momento tocaba ponerse un adorno específico en la cabeza y no otro, en fin, una pequeña maestra.

Pero no sucedió. Bueno sí, pero no para mí. Mi mamá me tenía una enorme sorpresa para el fin de ese semestre, me llevaría a Disney por varios días. La función estaba agendada para un domingo, pero mi mamá estaba confundida: pensó que la función era el sábado, así que tenía los boletos de avión para partir el domingo y yo no podría estar en la función. No recuerdo cómo fue que me dijo la terrible noticia. Lo que sí recuerdo fue que lloré tanto que creo que ese día entendí la dureza de la vida. Lloré, le dije que yo no quería ir a Disney, que yo quería ir a mi función de danza, que no me importaba nada.

Esa fue mi primera pérdida existencial. Para consolarme, mi mamá le dijo a la maestra que me dejara seguir yendo a los ensayos, aunque no pudiera estar en la función. Sé que lo hizo con la mejor intención, pero yo no podía dejar de estar triste. Era seguir haciendo algo que no tenía sentido, era trabajar para no ver el fruto, era un trabajo absurdo que me dolía. 

Claro que disfruté el viaje, pero no hay nada en especial de éste que recuerde con tanta nitidez como la frustración y la tristeza de no estar en mi función de danza. No recuerdo tampoco que la situación hubiera sido tema de conversación en algún punto, así que yo tuve que resolver internamente cómo hacer para superar las pérdidas. Sospecho que no lo aprendí bien pues esa herida abierta vuelve de vez en cuando para recordarme que uno puede de un día a otro quedarse inerme y solo y que peor aún, uno puede ir perdiendo cosas de a poco y no saber qué hacer con tanto, hasta que el costal se llena y es demasiado pesado. 

Uno llega a una edad en la que las pérdidas se van formando en el corazón y si uno no las somatiza de alguna manera se enraízan. ¿Pero cómo hace uno para que no suceda eso? Es una pregunta para la que no tengo respuesta. Las pérdidas, en un sentido muy amplio, me duelen mucho, y se me enraízan, aunque no lo aparente. Hay situaciones o cosas que voy perdiendo y a pesar de que parecen nimias no se me espabilan tan rápido como a otros.

Cuando decidí que quería vivir sola y agarré las pocas cosas que me pude llevar conmigo ocasioné un cisma tremendo en mi familia, del cual todavía se pueden seguir levantando las piezas. Conozco gente que se ha ido de sus casas, que se casa, y sus padres conservan su cuarto como estaba por varios años. Mi mamá no procedió así pues de inmediato se deshizo de los muebles y redecoró mi cuarto. Una de las puertas del closet estaba tapizada por dibujos, pósters y recortes diversos que yo había estado coleccionando y que decidí colocar con esmero y orden ahí. No me preguntó si alguna de esas cosas era importante para mí, asumió que ya ida yo eso no tenía sentido, y cuando vi mi puerta vacía sentí de nuevo la pérdida: ese ya no tener algo fundamental. Me sentí igual de indefensa que aquella niña que no puede más que acatar lo que decide su mamá. Perdí y no hubo nadie que me consolara por lo que se había tirado deliberadamente a la basura sin haberme consultado. De nuevo, después no se habló de eso. 

Y así con ejemplos podemos seguirle…

En fin, traumas que me quedan y que no sé cómo se sanan. Supongo que las pérdidas tienen que superarse y ya, echarle para adelante en la vida, sin embargo, a mí me pausan y me dan escalofríos de tanta impotencia que siento. ¿Será normal que cosas de hace tanto tiempo sigan arraigando de esta manera? ¿O nada más me pasa a mí? Otra vez no tengo respuesta. 

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