Mi idilio con The Beatles se remonta a la infancia, cuando papá se hizo de todas las remasterizaciones de cada álbum de estudio, incluyendo las Antologías, magistralmente producidas por George Martin y Jeff Lynne. Tomar cada CD y ver las portadas era una experiencia por las particularidades que las diferenciaban. Sin duda, la que más conflicto me causaba era la del noveno disco: The Beatles, o comúnmente llamado El álbum blanco.
Físicamente era un compacto “gordo”, del cual me llamaba la atención su folleto del interior; generalmente, el viejo escuchaba ciertas canciones -aunque conocía todas-, lo cual en su momento me parecía adecuado y cómodo. Fue hasta la adolescencia en donde me surgió la inquietud de buscar un lugar lo suficientemente solitario para reproducirlo completo. Y de inmediato cambió mi perspectiva sobre la música del Cuarteto de Liverpool.
A la distancia, faltando algunos meses para que The White Album cumpla 50 años, y a mis casi 25 de edad, lo miro con una perspectiva que dista de la crítica docta de las voces reconocidas de la industria musical. Para mí, la idea de dicha obra seguramente fue “simple” para los músicos; me los puedo imaginar reunidos en los estudios de Abbey Road decretando la consigna a seguir: que cada quien haga lo que le venga en gana. De esto que pareciera tan sencillo, es precisamente de donde emana la complejidad del mismo, pues hubo suficiente margen de maniobra para que George, Paul, John y Ringo (tal vez en menor medida, ja, ja, ja) descargaran sus inquietudes creativas en las 30 piezas que lo conformaron.
Mira: A veces ella se siente muy triste.
De ese número, 30, quiero extraer los temas que merecen una distinción especial en el Álbum Blanco, aunque debo insistir en la siempre vital importancia de “ver la película completa”:
Dear Prudence: Tal vez esté en mi top cinco de favoritas de Lennon, de ahí que haya aprendido la guitarra rítmica y el bajo de la canción. En su grabación Paul se encarga de la batería, que no hizo extrañar a un Ringo disgustado y apartado del grupo los primeros días de trabajo. Es una composición indescriptible, una psicodelia que distaba mucho de lo hecho por contemporáneos enfocados en surtir las demandas del “Summer of Love”.
While My Guitar Gently Weeps: Cuando Harrison invitó un amigo a jugar a la casa. Lo que ahora la generación millennial conoce como un “feat”; Clapton realiza un solo que técnicamente no es complejo, pero que en verdad hace sentir como si su Gibson estuviera llorando. Ahora en mi etapa de bajista, llama mi atención la labor de Paul aquí, refrendando que su cenit con el grupo lo grabó con el Rickenbacker 4001.
Martha My Dear: Tres años después, McCartney haría su primer disco solista con un único responsable de ejecutar la música: él. Aquí comenzaría a notar o afirmar su autosuficiencia futura, previa al trabajo conjunto con Denny Laine y Wings. Aparte, ¿no es tierno y hermoso componerle algo a tu perro de pastoreo? Macca puede ser también un genio sentado al piano.
Mother Nature´s Son: En concordancia con lo anterior, Paul deja fluir lo que John tildaba como “música para abuelos”. No obstante a esa opinión, aquí yo encuentro un tema de lo más relajante; cuando la vida real me aprieta, escuchar los punteos de guitarra (tal vez de una Martin o la Epiphone Texan, dos de sus clásicas acústicas) resultan reparadores. Es la canción que tocaría debajo de un árbol, viendo las cosas pasar.
Helter Skelter: No, señoras y señores, aquí no inició el Heavy Metal, no hay que “confundir la gimnasia con la magnesia”. Lo que sí es que con este flirteo con la distorsión y la velocidad, The Fab Four sorprendieron a propios extraños, como a Pete Townshend de The Who, el prepotente guitarrista al que alguna vez, también, lo dejara callado Jimi Hendrix en Monterey, California.
Long, Long, Long: Si buscamos en un diccionario la palabra espiritualidad, este sería el ejemplo sonoro del término. Definitivamente pienso que si el mundo religioso fuera tan pulcro, sincero, benigno, entre otros adjetivos, como esta obra (de lo más desconocida) de Harrison, no imperaría el odio e intolerancia existente en esos menesteres.
Reitero una vez más, porque es necesario, el Álbum Blanco, entero, escuchado de inicio a fin, es imprescindible para entender la Beatlemanía y, por qué no decirlo, el curso que tomaría la música pop en la posteridad. No quedará más que esperar un poco a que se publique su reedición conmemorativa, esperando sorprendernos con el material inédito que parece no tener límite. Decía el locutor de radio José Antonio Martínez en su extinto programa de radio en Reactor 105.7: “La gente muere, Los Beatles no”.