En las últimas semanas se llevó a cabo la evaluación para los maestros en distintas partes del país, derivada de la mal llamada reforma educativa. En algunos estados y como era de esperarse, la evaluación tuvo muchas complicaciones al momento de aplicarse. No obstante, la Secretaría de Educación Pública dijo que la evaluación fue exitosa y que la participación de más de 131 mil docentes demostró su efectividad.
Sin embargo, líderes de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE), Francisco Bravo, ex secretario general del magisterio y Enrique Enríquez, secretario general de la sección 9 de Michoacán, reprocharon que no se dieron las condiciones necesarias para una correcta aplicación.
Pero mientras los bandos permanecen polarizados y lanzan argumentos como flechas, dirigidos a la opinión pública para que se sumen de uno u otro lado, la realidad es que ni el gobierno ni los sindicatos de profesores se ha preocupado por la sustancia medular de esto: la educación de los jóvenes.
Lo digo porque mientras unos se preocupan por no perder sus privilegios y otros le apuestan al pragmatismo numérico para demostrarle a la OCDE que los mexicanos no son tan ignorantes como lo reflejan sus exámenes, ninguno ha lanzado propuestas reales para mejorar la educación de nuestros jóvenes.
De entrada, y ahí entra la mayor responsabilidad del gobierno, es darles de comer a los estudiantes y empleo a sus padres (el orden de los factores no altera el producto). De aquí es de donde se originan todos los problemas de aprovechamiento, estancamiento, deserción, frustración y un muy largo etcétera que más de uno ya conoce. Combatiendo el desempleo, los padres no tendrán pretexto para que obliguen a sus hijos a ir trabajar.
La alimentación de los jóvenes es trascendental para la aplicación de una buena reforma, pues mientras tengan el estómago lleno, el cerebro podrá trabajar de manera óptima ante cualquier tarea y desafío.
Combatiendo eso, se podrá diseñar e implementar un plan que de manera exponencial mejore y revele las aptitudes y capacidades de los niños, adolescentes y jóvenes. Si algo ha demostrado el modelo actual es que no a todos les gusta las matemáticas y no todos son buenos para el español, a final de cuentas, todos somos diferentes como personas aunque seamos iguales ante las leyes. Por ello, ¿por qué no apuntalar una reforma que durante los primeros 12 años de vida del niño, se le muestren sus cualidades, se le cuiden sus gustos y pasiones, y después, se le dirija para ser el mejor en lo que las evaluaciones lo coloquen en determinada área?
Si algo hemos debido aprender a lo largo de la historia de la humanidad, es que no todos podremos ser cerebro; en algunos casos nos tocará ser mano, brazo, pierna, uña o cabello. Es evidente que entre más científicos haya en un país, habrá un mejor desarrollo, ese tema no está a debate, pero por qué no establecer vías completamente dirigidas para las futuras generaciones donde se les explote sus talentos, con una educación gratuita y laica, lo que derivará en algunos casos en excelentes ingenieros, economistas, médicos, escritores, agricultores, deportistas, artistas o vendedores.
Habrá que pulir muchas de estas ideas a través de un decálogo, pero mientras eso llega en el próximo año, estamos a buen tiempo de apostarle a una sola cosa, la educación de nuestros niños, pues como diría mi padre: el único trabajo que ellos tienen es el de ir a la escuela y seguir aprendiendo.
Nos leemos en 2016.