En estos días un tema en particular ha acaparado la atención de los usuarios de redes: el acoso.
A través de denuncias anónimas, grupos y colectivos han visibilizado que en distintos centros de trabajo, profesiones y en general, en las relaciones entre personas, la violencia es una constante y está normalizada en contra de las mujeres, quienes la sufren todo el tiempo y en mayor medida.
Como si se tratara de abrir una cloaca, nombres, cargos y empresas han sido expuestos a través de diferentes cuentas de Twitter y Facebook donde las agresiones son en contra de la mujer. Aquí es donde la situación se vuelve completamente delicada, pues muchos de los aludidos han sido linchados mediante las redes tal y como si se tratara de un tribunal de la inquisición que no da oportunidad de escuchar y a los presuntos agresores ni de ejercer una defensa.
Y en este tenor, también hay que decirlo, se han vendido peras por manzanas. En estos grupos, cuya principal razón de ser era denunciar el acoso, se han colado algunos casos donde pareciera más una discusión entre pares por diferencias personales que agresiones de carácter sexual.
Lo que empezó —y lo digo totalmente como una percepción— como una manera justa de mostrar que el problema de la violencia es real y tangible, se ha convertido en un caldo de cultivo perfecto para la desacreditación, la calumnia y el escarnio sanguinario e inescrupuloso de culpables y algunos, déjenme decirlo, no tantos.
Si bien a los hombres nos han criados y nos hemos desarrollado en un entorno machista donde, en aras de conquistar a una mujer se han utilizado prácticas que incomodan a muchas de ellas —y en ese tema ningún hombre queda excluido— también es cierto que la lapidación tuitera no es, ni un poco, un acto de justicia, sino un deseo de revancha pronta y venganza cruda, escondida en el anonimato de 250 caracteres.
¿Qué piden estos grupos y colectivos? ¿Cuál es el siguiente paso? ¿Cuál es el precio de la sororidad? ¿Ésta es la forma de generar empatía ante un problema que tiene siglos? Por lo pronto, ya han logrado el despido de varios señalados, incluso, uno de ellos optó por el suicidio (no significa que sea la única razón por por la que lo hizo porque este es un proceso complejo que da para otro análisis) a raíz de esta serie de acusaciones que no pasan de la mención y que bien deberían ir de la mano con procesos judiciales donde agredido y agresor respondan en juicio.
Sí bien, la debilidad de nuestro sistema judicial revictimiza a un denunciante, es necesario que cada caso se analice de manera particular, que eviten generalidades y que las denuncias se hagan por la vía institucional y no sólo a través de Internet donde la acusación bien puede tener todo el fundamento y la razón, pero también, puede usarse como una manera de destruir a una persona por un pleito personal que no necesariamente refleje un intento de acoso o abuso sexual.
Es momento de detener un poco el tren que está arrasando con la reputación de justos y pecadores para entender dos situaciones: la violencia es un acto cotidiano; y se debe ver como un tema de educación que involucre a hombres y mujeres por igual para que entiendan el concepto ‘acoso’, sus consecuencias y cómo detectarlo desde el primer momento en el que ocurre. Nos urge a toda la gente verlo de esa forma.
De a tuit
Las disculpas que AMLO pidió a España dejó ver dos cosas: el preciso es experto en polarizar y hay mexicanos que les encantan los extremos. Mientras las ofensas no salgan de Twitter, que sigan; habrá que preocuparse cuando pase a lo físico.