Lo que voy a contar es acaso una estampa acaso de cómo hay cosas que se quedan para seguirnos rasgando la memoria. Tampoco es una historia de desamor, al menos no totalmente.
Me fascina la serendipia, esto ya lo he escrito en otras ocasiones, esta cualidad tan hermosa de hallar cosas que no se estaban buscando o de ver cómo algo totalmente insignificante es capaz de destapar un abismo.
En estos días leí Canciones para los que se han separado de Héctor Manjarrez; no buscaba nada más que conocer al poeta, pues ya Héctor me había demostrado que era un genio del relato y la novela. Sin buscar, hallé un poema que me hizo conectar con una anécdota reciente de mis propios resquebrajos amorosos.
El poema de Héctor dice:
La soledad, dice el monje
desde el altar del sacramento del Cuerpo,
usa la palabra para definiciones
que trazan un arco
cuya flecha es el sexo.
En la capilla exterior,
el ser oserva toda tradición
y lucha por seguir amándote,
pero los perros le ladran al espectro
de la pareja que no saben por qué
se toma otra vez de la mano.
Recordé que hace algunas semanas leí unos poemas de mi libro La espera y la memoria en un evento literario. Me animé a leer desde el celular porque el libro todavía no me llegaba. En esa lectura, que no era sólo una lectura sino una conversación, un ciclo llamado “Esto no es un recital”, platicamos sobre varios temas que tenían que ver con la poesía, sus temas, sus formas, sus motivaciones. Hacia el final se nos pidió compartir algo que nunca antes hubiésemos contado o leído en un evento similar.
Dejé el pudor aparte y aproveché la ocasión para platicar una curiosidad personal: que desde hace algún tiempo escribo un poema o dos para una persona a la que quise mucho, pero con la que ya no hablo debido al daño tan grande que nos hicimos. Una de esas historias difíciles en las que o sigues el sabio consejo de alejarte o te hundes eternamente en el martirio, un poco como en el poema de Héctor, ese quererse quedar a pesar de saber, de alguna forma, que hacerlo no es solución a nada.
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Me pregunto si Héctor escribió este libro con alguien en la mente, si acaso era una forma de comunicación, o quizá, si no lo era abiertamente, en sus poemas yazcan detalles, palabras, lugares que tienen una conexión con alguien, que buscan llamar la atención de alguien.
En mi caso personal, hay poemas que existen con una intención soterrada y velada de comunicación, el único recurso a salvo que poseo para mantenerme presente para esa persona con la que no puedo entablar otras maneras de lenguaje. Evidentemente la escritura de un poema sostiene una comunicación unilateral, en mi caso, a pesar de eso, su función me es muy clara porque yo misma sé que algún día llegará a leerlos y entonces sabrá perfectamente que es mi manera de decirle algo.
La espera y la memoria, al igual que ¿No habrá puerta de salida?, tiene un poema de esos, y nada más para un muy buen observador serán evidentes las evocaciones y las coincidencias. Para el destinatario son indudables y directas.
La última coincidencia estuvo en que al leer a Héctor, el Spotify me arrojó una canción de The Verve: “Sonnet”, que curiosamente vino a cerrar el ciclo: mis poemas, el desamor, lo imposible, las letras de “Sonnet”: Looking through her red box of memories, faded I’m sure, but love seems to stick in her veins you know.