No deja de parecerme increíble la manera en que se entretejen las coincidencias, cómo una cosa lleva a otra y a otra de manera que todo está de alguna manera conectado; cómo en una ciudad tan grande como ésta existe una serie de lazos insospechados que une a las personas y a los hechos que parecen ser los menos probables de encontrarse.
Hoy no tengo mucho que compartirles, más que una de esas coincidencias que hacían que esa voz adentro de mi cabeza no dejara de decir: “¿En serio?”. Y es una tontería, pero me consta que la vida está llena de este tipo de tonterías que te taladran.
Trabajo desde hace cinco años en una editorial. En 2020, por la pandemia y las dificultades económicas, hubo la necesidad de mover el almacén a un lugar más pequeño y barato. Como mis labores en la editorial poco tienen que ver con el almacén y su ubicación (y porque el home office parece no terminar), aunque supe de la mudanza, en todo este tiempo no he tenido que ir, ni siquiera había tenido necesidad de ubicarlo en el mapa para nada, hasta apenas hace una semana. Y entonces, sólo entonces, me di cuenta de que el nuevo almacén (nuevo para mí) está al lado de la casa de uno de mis exnovios, casa que recuerdo perfectamente y en la que puedo ubicarme en las pocas visitas que hice y todo lo que sucedió ahí. No podía creerlo. ¿Qué posibilidades hay de que justo el almacén esté al lado? ¿En verdad en una ciudad tan enorme? Cuando cortamos yo pensé que iba a encontrarlo en nuestros lugares comunes, y tenía un poco de temor de que sucediera, pero no pasó y ahora, tantos años después, cuando ya no me importa (o al menos eso creo), la vida me renueva su presencia en un espacio que a todas luces me parecía improbable (y yo apenas notándolo hace una semana).
Una de las frases más conocidas de Ernesto Sabato dice: “No hay casualidades sino destinos. No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo que en cierto modo está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón.” La coincidencia anteriormente descrita me llevó a querer compartir ahora una cosa que he estado pensando desde hace tiempo. De ninguna manera quiero decir que yo ande buscando a mi ex; no, para nada. Pero pienso en él a veces y ahora en la coincidencia que me lo trae de vuelta y luego paso a clavarme en otras perturbadoras coincidencias, como que él y mi marido nacieron el mismo día, que ambos en la misma época vivían en una unidad habitacional muy similar, las dos detrás de un supermercado, que a ambos los conocí un día de enero, en una clase de alemán.
Me da trabajo pensar que estoy destinada a ciertas cosas, me es más fácil pensar que muchas veces uno no sabe ni lo que busca. Pienso que hay cosas que se aparecen y casi que podríamos decir que son destinos, pero no son sino distracciones, disculpe usted señor Sabato. Incluso pienso que, siguiendo su premisa, cuando yo estaba “destinada” a encontrar pareja se me fue la atención para otro lado, o no tenía tan claro lo que estaba en lo profundo de mi corazón, de modo que me enganché con la persona equivocada. También para mirar el destino se requiere, quizá, cierta inteligencia.
Supongo que la inquietud que me generó la coincidencia responde a que hay personas que a pesar del paso del tiempo se quedan; ni modo, él es una de ellas, a pesar de todo. Me pregunto si el futuro me traerá otro de esos hechos que me saquen de balance. Si sucede, ¿me animaría a pensar que es el destino?