Hace algunos años, en una conferencia en torno a la narrativa de Estados Unidos, escuché un comentario del escritor Francisco Goldman que me dejó marcado:
“Estado Unidos es un país bilingüe, una nación en la que se habla inglés y español, y es un hecho que sus gobernantes, y gran parte de su población, no ha podido aceptar”.
Lo externado por Goldman señala un evento que ha superado la realidad. En Estados Unidos viven más de 40 millones de personas que hablan la lengua española, de acuerdo con el Bureau Census de ese país, es la segunda comunidad de hispanoparlantes más grande del mundo, sólo por detrás de México, y es el único país a nivel global que posee una Academia de la Lengua Española que no ha decretado a ese idioma como una lengua oficial.
No obstante, lo difícil para los hablantes del español, en el vecino del norte, es que, la mayoría de las veces, tienen que recurrir a ese idioma como una expresión de la intimidad, un medio que sólo pueden utilizar con su familia y en espacios personales, a razón de que a un gran sector de la población anglosajona le molesta oír ese idioma en las escuelas, lugares de trabajo, etcétera, ante lo que deben contener el uso de su lengua madre.
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Esa situación me ha puesto a pensar en las ideas de Ferdinand de Sausurre, uno de los padres de la lingüística moderna, quien dice que la lengua es un vehículo vivo, un hecho social que va mutando por quienes que lo encarnan y utilizan en su expresión diaria. Con el paso del tiempo, las lenguas terminan por transformarse y nuevas palabras surgen o cambian de significado, a razón de la nueva connotación que le dan los hablantes, porque el idioma está vivo y mutando, reinventándose y cambiando como un ser viviente.
La expresado por Sausurre se materializa, en nuestro tiempo, en la obra narrativa del escritor Junot Díaz, un inmigrante de República Dominicana que ha reinventado la literatura de Estados Unidos y ha dado voz a quienes han tenido que contener algo innato a su vida diaria e identidad.
En su novela The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, Díaz da voz a un joven de sus características, un joven negro, inmigrante, proveniente de un país inestable (el mismo de su autor), que crece en Estados Unidos y se enfrenta a los problemas del racismo, la identidad y el uso de la lengua.
Del mismo modo que Kafka, y pese a que su lengua materna es el español, Díaz decidió escribir su obra en inglés, como el escritor checo publicó sus libros en Alemán. Y una vez más, la ironía de la historia y la realidad se hace presente, ya que así como Kafka se transformó en el novelista más importante de la lengua alemana del siglo XX, Díaz se ha transformado en uno de los narradores más transcendentes de Estados Unidos, al grado de que el ex presidente Barack Obama, escogió la novela de este autor como uno de sus libros preferidos y que ha marcado su vida.
A pesar de que el libro fue traducido al español, The Brief Wondrous Life of Oscar Wao es un texto que debería leerse en su edición en inglés, pues en ella desfilan palabras y expresiones como “dulce de coco”, “tío Miguel”, “hija”, “cigüapas” o “muchacha del diablo”, con todo lo demás escrito en inglés.
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También, cuando los personajes de la novela hablan en los diálogos, se encuentran frases escritas en inglés, pero con una sintaxis española, como es común que hablen muchas personas de la comunidad migrante de Estados Unidos. Un error típico de los hablantes de la lengua de Cervantes, que al llegar a un país anglosajón, no perciben y puede confundir a quienes tiene como lengua madre al inglés.
Lo importante de la publicación de The Brief Wondrous Life of Oscar Wao, hace ya diez años, es lo que representa. En 2007 se alzó con el premio Pulitzer y fue elegida como la mejor novela del año por varios medios literarios de Estados Unidos.
Si un fundamentalista del idioma inglés leyera el texto se horrorizaría, sólo vería un texto en el que hay palabras extranjeras y nefastos errores de concordancia gramatical. No vería lo que hemos visto muchos, y lo que debería ver toda la población de Estados Unidos: un texto innovador, producto de la multiculturalidad, un pedazo de la lengua viva a la que se refirió Sausurre, y un producto que está transformando la cultura de una nación. Pero más que nada, una novela que ha dado voz a millones de personas, en un país, donde aún no se ha aceptado a su idioma como un producto innato de la identidad de Estados Unidos.