“La muerte, un tren del metro
en la dirección equivocada
del cual no te puedes bajar
porque no hace paradas.”
Francisco Goldman
Hay libros que llegan a nuestras manos en los momentos exactos. Su arribo causa tal impacto que nos cambian perspectivas y modos de entender el mundo. No soy devoradora de libros, pero sí lectora constante, y en mi vida han sido pocos los títulos que han generado ese parteaguas existencial: La pasión según G.H. de Clarice Lispector, Trópico de Cáncer de Henry Miller, La insoportable levedad del ser de Milan Kundera, Incurable de David Huerta son algunos ejemplos de libros cruciales en mi vida. Di su nombre de Francisco Goldman es uno, de los más recientes, que puedo poner en la lista.
El libro llegó a mí de una manera muy curiosa. Ni siquiera lo compré yo: un día una amiga subió un fragmento del libro y me atrajo mucho. Meses después, para mi cumpleaños, otra amiga me lo regaló. La vida es curiosa. Lo leí a hace cinco años pero hace poco, entre las limpiezas de cuarentena, me topé de nuevo con él y volví a echarle ojo.
En Di su nombre Francisco Goldman cuenta la vida de Aura Estrada en calidad de esposo y admirador indiscutible. Aura, mexicana nacida en 1977, quería ser escritora. Y comenzaba a serlo pues en 2006 ya cursaba una maestría en creación literaria y tenía para entonces algunas publicaciones en antologías y revistas. Murió a los 30 años, la edad que yo tenía en mi primera lectura del libro. Por los testimonios de Francisco supe que Aura y yo teníamos muchas cosas en común: la escritura, obviamente, y otras excentricidades como pintarse el pelo de colores (eso lo seguí haciendo hasta hace poco), tener un tatuaje, usar vestidos con jeans debajo (me encantaba esta imagen de mí misma sobre todo en mis años de estudiante universitaria), entristecerse por cosas mínimas, disfrutar la playa, haber crecido sin padre, amar a un hombre considerablemente mayor…
Yo también estudié letras, llegué a odiar la cerrazón de la academia. Yo también pienso que escribir es uno de los grandes pilares de mi vida. Me causó mucha impresión al leerme en uno de las entradas del diario de Aura (el diario, esa cosa que también nos es común), cuando reniega de la vida académica y afirma que ella no se concibe como tal cosa, aunque esté inmersa en un programa de estudios, esa vida no le satisface. “Quiero ser yo. […] Mi vida está en otra parte”, escribe.
Aura murió a consecuencia de un accidente provocado por una ola que la tomó desprevenida en la playa de Mazunte. Francisco hizo lo necesario para trasladarla a un hospital a que la atendieran. Primero la llevó a Pochutla y después vía aérea a la Ciudad de México. Pero Aura no sobrevivió. Murió esa misma noche y con ello una parte de la vida de Francisco, quien escribió el libro para recordarla y dejar el testimonio del amor y de la vida de Aura para que ella pudiera trascender de alguna forma pues se había quedado al principio de muchos de sus planes.
Di su nombre es sobre todo triste. Como homenaje de un esposo que pierde el amor de su vida, se puede entender que esté lleno de dolor y nostalgia, de deseo de haber hecho las cosas diferente. La pérdida del ser amado es quizá una de las cosas más desafiantes y difíciles que se deben (¿deben?) superar. Francisco, como cualquier ser aferrado a lo que ama y a no perderlo, se enfrenta a la imposibilidad y a la fragilidad. Y aquí unas de las líneas que me parecieron más sublimes y atinadas, y al mismo tiempo poéticas y con la infaltable referencia literaria:
“Quizá hemos sobreestimado la memoria. Quizá es mejor olvidar. Denme el Proust del olvido y lo leeré mañana. A veces, tratar de mantener todos esos recuerdos vivos es como hacer malabares y querer mantener en el aire, al mismo tiempo, cientos de bolas de cristal. Cada vez que una de ellas cae al piso y se pulveriza, en mi interior se abre una grieta por onde escapa para siempre otro trozo de nuestra identidad conjunta.”
Es triste la pérdida; nuestras pequeñas tragedias cotidianas son nada comparadas con la muerte. Aún así, a Francisco podría quedarle el consuelo —manso, casi imperceptible— de que Aura se marchó en el momento en que más se amaban (de nuevo regresa a mi memoria la urna griega de Keats y el instante perfecto de la plenitud). Francisco no tendrá que sufrir la decadencia, sabe que fueron lo más felices que hubieran podido ser. Esa idea debe ser consuelo y talismán para la supervivencia.
Pero los recuerdos no dejan de ser dolorosos y suele pasar que cosas mínimas detonan el hueco y la ausencia. El libro es perfecto para conocer a Aura pero también es ideal para quienes han perdido a una persona y buscan una compañía ante el peculiar dolor que la muerte causa. Escribe Francisco: “Desciendo en los recuerdos como Orfeo, para traer a Aura de vuelta a la vida por un momento, ése es el desesperado propósito de estos pequeños ritos y de estas representaciones inútiles.”

Años después de la muerte de Aura, además del libro, publicado en 2012 por Sexto Piso, Francisco se hizo cargo de hacerle una página web, también impulsó la existencia de un premio literario para escritoras llamado precisamente “Aura Estrada”. En 2009 Almadía publicó su libro de cuentos: Mis días en Shanghai. Son maneras de hacer que la vida de Aura no se pierda en las arenas del tiempo. En el libro seguido enfatiza en la importancia de dar a conocer los hechos con la palabra. De ahí el título del libro: “Di su nombre” fue un mantra que le sirvió para lograr que, como Dios que hizo el mundo con la palabra, la existencia de Aura perdurara si se pronunciaba su nombre lo suficiente. “Di su nombre”, se repetía él mismo, “di su nombre”, mantra y amuleto de permanencia.
Francisco no sabrá nunca, supongo, el impacto que sus letras me causaron. Pero le podría servir de consuelo saber que todo lo que escribió sobre Aura y lo que hizo para que su memoria permaneciera y se extendiera a desconocidos valió la pena. El libro dice que uno de los documentos en la computadora de Aura tenía como nombre de archivo: “toexist.doc”. Yo misma sigo trabajando los primeros borradores de mis libros bajo ese título provisional y conforme el borrador cambia va ganándose un título específico que finalmente es el del libro ya terminado. A la fecha recuerdo que Aura se ponía triste por la ausencia de ajolotes: una nimiedad quizá. Yo, cuando lloro, recuerdo que es perfectamente válido llorar todo el día aunque las causas parezcan nimias.
A manera de cierre de esta entrada nostálgica quiero apuntar en la ironía de la vida. Somos muy raros a veces. Existen seres que tienen enormes deseos de hacer cosas, de simplemente seguir existiendo, mientras otros renuncian a la vida por voluntad. No juzgo. Ambas posturas me parecen igualmente válidas. Francisco no estuvo en la sala de terapia intensiva cuando Aura pronunció las que serían sus últimas palabras. Su madre la sostenía cuando dijo: “No me puedo morir, tengo muchas cosas que hacer”.
La vida es curiosa. Hoy me encuentro extrañamente cercana a las dos editoriales que me hicieron llegar a Aura, mi trabajo me ha llevado a coordinar en conjunto campañas y estrategias con Almadía y Sexto Piso. La vida es curiosa, les digo. Pero valoro mucho la coincidencia y la curiosidad de la misma. Y sigo pensando en Aura y en las cosas que seguramente hubiera hecho, pero sé que la manera en que llegué a ella por Francisco fue un hecho más parecido a una revelación.
Referencias:
Goldman, Francisco. Di su nombre, Sexto Piso, México, 2012.