Pinceladas de ti

Pinceladas de ti
Foto: Juan Pedro Salazar/ElTecolote.

Me asusta la idea de olvidarte. La sola posibilidad de que un día no recuerde tu cara, tu manera de hablar, de reír o lo que me decías, me aterra. Quizá por eso recurrí a este ejercicio de escribirte cada mes, hasta que se cumpla un año de tu partida. Y es que siento que estas pinceladas sobre ti me ayudan a sobrellevar tu ausencia, a mantenerte vivo en mis recuerdos, a no olvidar que soy el nieto de Pedro Darío Salazar Hernández.

Y es que me faltó tanto por saber de ti, que hay veces que me arrepiento de no haberte preguntado más, de dejar que tu memoria fuera en bucle de tu viaje en crucero a la vez que creíste que unos militares te querían detener porque, según pensabas, parecías gringo. Aunque también me siento tranquilo de que vez que nos volvías a contar una historia, ahí me tenías como tu mejor espectador. No importaba si era la primera, quinta, décima o vigésima vez que volvías al mismo lugar, a las noches estrelladas en Techachalco, a tu suegro matando un conejo con la resortera para que comieran y se les bajara la cruda del pulque, al Pedro de niño que odiaba a aquel perico que lo acusaba por buscar comida, a La Sombra que peleó en los juegos locales y que fue encerrado en su fábrica porque tus compañeros creían que eras de una fracción sindical diferente a la suya.

Te juro que me he pasado este tiempo haciendo preguntas, tratando de reconstruir partes de tu historia, dando pinceladas de ti, con la esperanza de un día tener un cuadro que se asemeje a tu forma, esa de luchador mexicano de figurita de plástico, esa que nos presumiste una noche de Navidad y que quedó inmortalizada en una foto.

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Cierro los ojos y aún puedo traer a mi mente tu risa, tu “vamos a comer” que dio color a tantas mañanas de mi infancia, tu “a qué hora juega el Guadalajara”, tu “y ese es mexicano”, tu “ya se nos acabó el veinte”, tu “bajan bultos”, tu “Juan Orozco, cuando como no conozco”, tu “Juanelo”, que ahora tanto extraño.

Y aunque te llevo en una parte de mi nombre, en una de mi cara, nariz y hasta en el chino que se me forma cuando tengo el cabello largo, aún no puedo creer que hace 11 te fuiste, para siempre.

Y es que cada tanto viene a mí ese último día juntos, que te pedí que comieras y lo hiciste, aunque poquito, que me dijiste que te llevara a tu sillón, que te cargué para que pudieras sentarte, que me diste tu bendición, que me dijiste que te prometiera que vería a mis papás, hermanos y abuelita, que me dijiste que me querías y me cuidara… Y luego, volverte a ver, acostado, con los ojos cerrados para siempre, pero con esa expresión de calma, como si supieras que la muerte solo es otra etapa de la vida.

Y aunque me duele en lo profundo del alma, también es cierto que me siento tranquilo porque sé que te cumplimos lo que querías, porque descansas donde deseabas, porque tus nietos estuvieron ahí, porque te llevaste tu sombrero, tu bastón que pensaste te di, tu gaván, tus botas, tus chanclas y una parte del corazón de todos los que te quisimos como quizá nunca lo imaginaste.

Ya son 11 meses, Pedro y siento que nunca terminaré de hacer que estos pinceladas de ti se acerquen a lo que fuiste para mí.

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