Hay una persona a la que extraño.
Una persona que dejó de ser la que extraño.
Extraño en realidad a esa otra que era antes de que dejara de ser.
Tal vez no dejó de ser y siempre fue y ya.
Pero yo me enamoré de algo que no existía.
Pero que parecía ser.
Pero que fue lo suficiente para que yo tuviera montones que extrañar.
Hace algún tiempo que quería escribir estas palabras, pero no sabía si sería necesario, porque a veces me canso de decir. Pero un mensaje me movió a redactar estas palabras como una suerte de carta de despedida; asimismo como pretexto para hablar de lo enredado que puede ser el amor (o lo que parece ser amor) y un poco también para recordarme a mí misma que hay puertas que deben permanecer cerradas aun cuando la ternura me quiera descongelar el corazón para abrirlas (o que acaso deben abrirse con mucha cautela).
“La vida nos ha llevado por diferentes lares”, me escribió la última vez. Y yo ya no tuve ganas de responder para explicarle que no había sido la vida sino nosotros mismos, que había sido una serie de cosas que ya se repetían en círculos con mínimas variaciones hasta el hartazgo: reclamos, palabras hirientes, enojos, llantos, humillaciones, dolores, silencios prolongados, gritos, en fin, lo que hace falta para pudrir una relación entre dos personas.
Aunque en parte es cierto que la vida parece dirigirnos, es responsabilidad de cada quien tomar el timón con entereza, asumir las decisiones y no echarle la culpa a esa cosa abstracta que llamamos “la vida”. Nosotros dos nos pudrimos y nos dañamos, porque así lo decidimos, porque una serie de acciones conscientes en cada uno llevaron a eso. Sin embargo, con su último mensaje (¿será de verdad el último?) él parece no entenderlo. Escribió que “por alguna razón” la pasamos mejor sin comunicarnos. Me resulta inconcebible cómo dos personas que vivieron lo mismo tengan una percepción tan distinta de los hechos. Para mí hay no “alguna” sino muchas razones muy claras que me llevaron a cortar la comunicación. Que él busque dejarlo en lo vago me indica que no compartimos la misma realidad y quizá no lo hicimos nunca; me indica que en meses y meses de dañarnos no entendió ni una sola cosa de lo que pasó, no entendió por qué yo era infeliz y por qué actuaba como actuaba, sobre todo en los últimos meses. ¿O yo no habré entendido el cien por ciento de lo que él pensaba o sentía? Igual es muy desconcertante.
Recuerdo esa frase de Alejandro Páez que dice “No lamento haberte conocido. Me da pena porque no fuimos sabios con el tiempo.” En este caso yo lo entiendo así: enaltecimos por años una relación que no tuvimos, idealizamos sin concretar, soñamos. Y cuando fue momento de aterrizar, nos precipitamos, destruimos. Quizá hubiéramos podido ahorrarnos mucho de ese dolor de haber actuado de otra manera, de haber hablado las cosas importantes antes de desbocarnos, de haber sido más sabios.
Es verdad que a ratos la nostalgia me invade y me decanto por las cosas que no salieron mal. Pero ya pesa más lo otro, lo que duele, lo que destruye. Entonces recuerdo que él desde hace mucho tiempo ya tiene una vida sin mí y que sus apariciones casuales no tienen por qué tener peso y que no voy a responder lo que me escriba, aunque quiera, ya que en el fondo yo no deseo abrirle otra vez la puerta. Me siento como en ese poema de Fabián Casas, cuando se encuentra de frente con el anacronismo del amor luego de haber compartido todo, absolutamente todo con la persona amada.
Cuando uno llega a cierta edad, entiende que no todo lo que se ama hace bien. Desafortunadamente el amor está en un pedestal majestuoso, pero bastante enclenque. El amor, siento desilusionarlos, no es suficiente para estar bien con alguien pues siempre hay muchas otras cosas de fondo, y el amor, me tendrán que perdonar los románticos, no aguanta ni fortalece ni construye, no si está solo.
Me queda el consuelo de que ahora, al menos, el último mensaje que tengo de él no es un reclamo sino la noticia de que compró mis libros y las palabras elogiosas que han sido consistentes a lo largo del tiempo (aunque ya no puedan reconstruir nada de lo destruido). Entiendo cuál va a ser la manera de relacionarnos y estoy en paz con ella. Estaremos en sintonía a través de lo que escribamos a distancia y en la música que no sabremos más si compartimos, pero que, estoy segura, nos hace recordarnos. Ahí, en donde no hay daño, podemos coexistir. No optaré por contestar whatsapps.