Mandela: el coloso del siglo XX

El pasado cinco de diciembre se cumplieron tres años de la muerte de Nelson Mandela, uno de los líderes más grandes del siglo pasado.

Retomo este texto, escrito un día después de su muerte, como homenaje:

De los colosos que el siglo XX nos permitió conocer en carne propia, ninguno se equipara a Nelson Mandela. Nacido en 1918, el gran sudafricano fue de los primeros en sentir en carne propia cómo el régimen de segregación racial del Apartheid se institucionalizó en su país poco después de 1910, cuando Sudáfrica alcanzó su independencia relativa dentro de la Commomwealth a causa del conflicto con los Boers que la Corona Británica venía acarreando por casi más de una década; y que terminó por expulsar a los ingleses para dejar en manos de los Afrikaneers el control de la nación.

Político e inquieto desde su juventud, Mandela se enfrentó al racismo desde su estancia en la Universidad de Witwatersrand, donde era el único estudiante de color entre una masa de blancos que profesaban una política de odio y despreció para aquellos que representaban el grueso de la población y que carecían de derechos frente a un nimia minoría de hombres que controlaban las riendas de sus destinos.

Animado por la revolución cubana y por personajes como Fidel Castro, Ernesto “Che” Guevara y Mao Zedong, Mandela profesó un ideario alimentado por la revolución armada y la guerrilla como medios de renovación nacional. Motor que lo llevó a recorrer Sudáfrica como fugitivo en primer momento, para más tarde realizar un gira por África en la que se entrevistó con importantes personajes del continente como Nasser y Haile Selassie I, de quienes obtuvo importantes apoyos para la lucha armada que el joven revolucionario organizaba en contra del Apartheid. Lo cual le haría acreedor del adjetivo de “terrorista” en su país, en aquel tiempo hasta su arrestó en 1962.

Respecto a esa época, Mandela se expresó con frases como la de “No quiero ser presentado de forma que se omitan los puntos negros de mi vida…” Una sabia reflexión para el hombre que pasaría veintisiete años en prisión y maduraría sus puntos de vista hasta alcanzar reflexiones que lo llevarían a expresar opiniones como las siguientes: “El arma más potente no es la violencia, sino hablar con la gente” o “Una de las cosas más difíciles no es cambiar la sociedad sino cambiarse a uno mismo. Si esperas las condiciones ideales, nunca se darán”.

En efecto, la misión de Mandela era más grande para reducirse a una simple revolución armada, la cual no habría solucionado en ningún sentido los rencores entre los dos bandos que el Apartheid había institucionalizado. Al contrario, el destino de Madiba era el de la paciencia y la perseverancia. La del dialogo por encima del conflicto. Efigie que construyó paso a paso durante sus años de recluso y que lo transformaron en un héroe y modelo admirable de ser humano, todo derivado de sus convicciones de demócrata, respeto a la igualdad y fidelidad a sus ideales profesados con fervor desde su alma.

Así, en poco tiempo, Madiba se convirtió en un símbolo de estoicismo, lucha y fortaleza. Fue aclamado desde todos los rincones del mundo hasta volver insostenible la continuidad del Apartheid y hacer más peligroso que reconfortante su permanencia en prisión para los líderes del régimen segregacionista; circunstancias que terminaron por darle la libertad que la comunidad internacional exigía en 1989.

Al salir de prisión poco quedaba de aquel hombre impulsivo y con fe en la violencia. El nuevo Mandela se reveló al mundo como un individuo de una calidad moral incuestionable, un encanto inusual e irresistible y un político capaz de actuar en el mejor de lo sentidos, así como emitir los juicios más certeros para un país que necesitaba reconciliar a su sociedad.

Las consecuencias no se hicieron esperar, inmediatamente sus más acérrimos enemigos cayeron rendidos a sus pies y lo admiraron como un santo. Al mismo tiempo, su pueblo lo llevó a la Presidencia de Sudáfrica para consolidar una de las transacciones democráticas más admirables de finales del Siglo XX, honor que comparte con otros grandes líderes de aquellos años como Vaclav Havel y Lech Walesa.


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Como presidente, Mandela utilizó aspectos tan naturales como el deporte para unificar los ánimos de su pueblo, por ejemplo el Mundial de Rugby de 1995. Todo con el objetivo de enseñarle a su gente algo que él mismo había aprendido en carne propia: tu enemigo puede convertirse en un compañero y, finalmente, en tu amigo. Que no importa un pasado de odio, violencia e intolerancia, si te das el valor de perdonar por la posibilidad de un mejor futuro.

De la misma forma que el poema “Invictus” del poeta William Ernest Henley que tanto le gustaba leer en su encierro en Robben Island, Mandela se fue invicto en todas las batallas que peleó. No porque haya salido victorioso siempre en ellas, sino porque en la derrota encontró la fuerza y sabiduría que necesitaba. En el perdón, la justicia para su gente que siempre deseo. Y por último, en el dominio de sus miedos, el reflejo más fiel de su alma inconquistable.

Por siempre presente, por siempre amado, para un hombre como Nelson Mandela nunca existirá la muerte.


Nota del editor: Nelson Mandela falleció el 5 de diciembre de 2013, luego de una infección pulmonar que lo mantuvo internado en el hospital de Pretoria desde el 8 de junio. Tenía 95 años. Fue Presidente de Sudáfrica de 1994 a 1999. En 1993 obtuvo el Premio Nobel de la Paz.


 

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