En varios momentos de la adultez nos damos cuenta de cuánto se idealizan los años en que somos niños. Solemos pensar que es un tiempo mágico y de grandes aventuras, de alegrías y risas incondicionales, pero la realidad dista bastante de ello. Cuando somos niños nos toca darnos cuenta de muchas cosas difíciles, comenzamos a saber de decepciones, injusticias, imposibilidades, de modo que el idilio nos deja muy pronto para dar paso a la terrible realidad de los años venideros.
Es cierto que nuestros padres, en medida de sus posibilidades, buscan hacernos sentir dichosos, nos cuidan y luchan contra lo que sea que nos haga sentir mal. Pero poco a poco entendemos que existen incontables acontecimientos que nuestros padres no van a poder solucionar; que, peor todavía, no van a poder siquiera entender. Y en ese momento la niñez se convierte en un abismo, una cueva de soledad e incomprensión… ¿O sólo me pasó a mí? No, no creo.
Traigo a cuento el tema después de haber terminado la más reciente novela de Liliana Blum: El extraño caso de Lenny Goleman, una novela juvenil que retrata el bullying hasta sus últimas consecuencias al tiempo que ilustra la soledad e incomprensión que marcan a muchos en la preadolescencia.
Es una novela que me hizo pensar en lo terrible que puede ser enfrentar todos los días a abusadores que sin pensar en sus actos humillan y lastiman. Tan terrible que la muerte es la única opción para no tener que lidiar con ello nunca más. Así comienza la novela: Daniel deja una carta en su escritorio minutos antes de colgarse con un cinturón para quitarse la vida. Su amiga más cercana, Alina, contará su historia y buscará vengarse de todos aquellos que influyeron en la decisión de Daniel.
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No planeo entrar mucho en detalles ni pretendo hacer spoilers, sólo diré que la novela logra transmitir, sin melodramas ni recursos predecibles, mensajes importantes sobre la vida, al tiempo que plantea algunas preguntas trascendentes para cualquier edad: ¿cómo lidiar con la frustración?, ¿de qué manera afrontar los miedos?, ¿acaso se puede lograr la venganza perfecta?, ¿existe justicia en el mundo?, ¿hay bondad o maldad absoluta?
Inevitablemente me puse a pensar en mi propia niñez y me sentí identificada con algunos de los asuntos que plantea la novela. Me impactó el nivel de inconsciencia que puede existir en las mentes de algunas personas, el daño deliberado, el abuso; pero me di cuenta de que en realidad todo eso lo vi y, si bien no lo experimenté personal ni directamente, sé que muchos sí lo vivieron en carne propia. Lo peor es que entonces nos parecía algo “normal” y no dimensionábamos que el hecho de que fuese común no implicaba que estuviera bien. No, corrijo: lo peor es que no sólo sucede en la niñez sino que puede seguirse perpetuando al pasar los años y una persona puede seguir siendo blanco de burlas incluso en la adultez.
Mi niñez fue en general agradable. No fui víctima de abusos a manos de otros compañeros que se creían mejores que yo, no me escondían la mochila, ni me tiraban la tarea al basurero, ni me insultaban, ni me golpeaban. Esto sólo quiere decir que hay quienes sí pasaban por este tipo de cosas, y que las actitudes eran no sólo permitidas sino normalizadas como parte del aprendizaje, de entender el mundo, de aprender a defendernos, porque si nos suceden estas cosas parece que es sólo para que aprendamos que el mundo es cruel y que no hay nada que hacer al respecto.
En el kínder recuerdo que estaba en los columpios de la escuela, creo que mi mamá me había dejado ahí un ratito porque fue a pagar algo a una oficina, no sé bien. El caso es que de la nada una niña llegó y me quiso bajar del columpio, por alguna razón terminó jalándome del cabello y me hizo llorar. Lo siguiente que recuerdo es a mi mamá llegando “al rescate”. Claro que me separó de la niña abusiva, pero luego me regañó, me dijo que tenía que aprender a defenderme. Y entonces sentí que estar en esa situación había sido mi culpa y que, ni modo, debía adquirir las herramientas necesarias para enfrentarme a este mundo de porquería.
En la primaria una niña me pinchó con una tachuela y me sacó sangre. También me pasó que la mitad del salón dejó de hablarme por “mentirosa”, pues mis alucines sobre venir de otro planeta y hablar con las caricaturas les pareció digno de tacharme de loca desquiciada no digna de su conversación. Más adelante, en la secundaria, una niña me quitó un collar y como no me lo quería regresar por las buenas, tuve que ponerme violenta, quizá en mi subconsciente regresó el regaño de mi mamá y me obligué a pagar con violencia la misma violencia, y terminé ahorcando a esa niña para que me regresara mi collar. Nunca volvió a molestarme.
A la par de mis propias experiencias fui testigo de muchos abusos hacia algunas compañeras, abusos sin razón y porque sí, porque podían, porque era divertido. En conversaciones con otras personas ya adultas veo que los casos no son aislados, siempre hubo un abusador y un abusado. Honestamente, ante las injusticias que presencié, nunca opté por denunciar o hacerme la valiente. A pesar de ver cómo, por ejemplo, había niñas que robaban los dulces a aquélla que vendía dulces, o se burlaban de alguna otra, jamás quise meter un dedo en el asunto, ¿para qué? ¿Para que después la agarren contra mí? No, gracias, que sigan molestando a otros. Honestamente, ¿quién iba a querer convertirse en centro de los abusos cuando se podía vivir en santa paz? Instinto de supervivencia, quizá, o pensar que si apenas podía con mis propias batallas no tenía cómo meterme a pelear las de los otros.
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Vuelvo un poco a Liliana Blum; escribió una buena novela juvenil centrada en el bullying en edad escolar y con el tino de hacer que el lector (lector adolescente) sienta que los sucesos ahí retratados, aunque sean inventados, no se alejan de la realidad. Si Daniel decide suicidarse es porque ya no puede más con los miedos, las bromas y las humillaciones de que es objeto todos los días en la escuela, concretamente a mano de un grupito de niños de su clase. Daniel decide que la única manera de deshacerse del terror y el sufrimiento diarios es cortar de tajo y dejar de existir pues, encima de todo esto, parece que sus padres no están tan al tanto de él, no le ponen atención y, lo peor, la niña que le gusta sólo lo ve como un amigo. Aquí vuelvo al tema de la soledad. ¿En dónde están los padres que dejan que sus hijos se sientan tan terriblemente desamparados?
Creo que uno de los aciertos más grandes de la novela es la postura final, en la que declara que el mundo jamás será un lugar ideal pero que debemos sortearlo con éxito, a pesar de sus complicaciones. En la novela, la autora juega con el tema de la justicia por mano propia, en una suerte de búsqueda del equilibrio. Si me pegas, te pego, si me empujas, te empujo, en aras de conseguir una ley del talión simplicista, pero al final nos deja la lección de que el bien y el mal no existen como tal, sino que todos podemos tener un poco de ambos lados y que está en cada uno aprender a resolver, entender y perdonar, para no ser unos cretinos absolutos ni unos idealistas atemorizados. Se me hace una gran lección para cualquier momento de la vida, y para que los adultos que somos seamos críticos con nuestro pasado y tratemos de estar atentos a lo que acontece en el presente.