Me gustan los aniversarios, pero no los de cumpleaños, porque esos se me hacen tan simples y tan inamovibles, que no hay mucho que hacer con ellos. No felicito gente en Facebook, pero recuerdo cosas peculiares y con base en ellas escribo, si me nace, un mensaje que busca trascender los lugares comunes. Guardo registro de, por ejemplo, los primeros días en que comencé un trabajo. En especial el último, que se ha acomodado para ser el actual: 10 de octubre de 2016. Y también me acuerdo de los días en que dejé o me hicieron dejar los trabajos, el más épico de todos: 15 de octubre de 2014, cuando de plano nos corrieron a todos.
Tomo notas mentales de algunas fechas curiosas y atípicas, registro detalles sobre los hechos que las rodean. Las coincidencias a veces me resultan muy conmovedoras, como que elegí casarme en un día totalmente aleatorio y que se ajustó favorablemente a nuestras agendas, pero luego me enteré de que el día elegido era el del cumpleaños de Oliverio Girondo. Las coincidencias, no se crean, también me resultan un tanto inquietantes, como el extrañísimo hecho de que mi esposo y mi exnovio nacieron el mismo día (pero de diferente año). Igual me gusta fijarme en estos detalles porque me parecen especiales.
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Sobre las fechas, pongo atención en las resignificaciones. Quizá porque me dan esperanza, y de esa no tengo mucha realmente. Recientemente se me vino la oportunidad de una nueva resignificación, porque mi nuevo libro se terminó en octubre, y la noticia de que ya estaba listo me llegó el 27 de octubre, un día antes de mi aniversario luctuoso de abandono. Parece que la vida me está queriendo decir que debo ya hacer a un lado el fatídico 28 de octubre del cortón para sustituirlo por noticias bonitas y felices. La vida me está lanzando la oportunidad una vez más en este año, porque ya me había lanzado la indirecta desde al año pasado con otro acontecimiento lo suficientemente grande como para opacar la tristeza.
Creo que hay detalles que se me revelan de forma curiosa para que yo tome nota de ellos, para guardarlos y resignificarlos. También me suceden cosas así con las canciones, los poemas, los libros que leo, las cosas aparentemente aleatorias que escribo. Atesoro las coincidencias.