El trébol

trébol
Foto: jeonsango/Pixabayt.

No podía creerlo. Le habían dicho que eso pasaba solo una vez en la vida y ahora él lo tenía. Lo tomó entre sus manos, miró la forma y quedó encantado con la perfección de los pétalos de aquel trébol.

Desde que lo vio supo a quién se lo daría. Su nombre le vino a la mente apenas ese trébol de cuatro hojas se le apareció entre los ojos.

Con cuidado, lo arrancó, mientras una corriente de aire amenazaba con arrebatarle lo que era su más grande tesoro del día.

Lo protegió como si de una joya se tratara y lo guardó en una cajita que llevaba en la bolsa del pantalón.

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Quizá le serviría. Sino sería un recuerdo de que todo lo malo tiene que terminar en algún momento. Que la vida es como esas ruedas de la fortuna que a veces te tienen abajo y otras veces arriba, y que hasta la hora más oscura da paso a la luz.

Se tumbó una última vez en el pasto. Llenó sus ojos del azul del cielo y los pulmones de ese aire tan puro que hasta le hizo sentir fuera de este mundo. El nombre de la destinataria del trébol volvió a su mente y la recordó feliz, con esa sonrisa capaz de reiniciar vidas y con esa voz que tanta calma le daba.

Se levantó y puso camino de regreso al pueblo. Si se apuraba, la podría alcanzar antes de que ella tomara el camión que la llevaba cada tarde a la ciudad donde trabajaba.

Corrió y por momentos sentía que flotaba sobre el piso. Esa sensación le hizo apretar la cajita donde venía el trébol, pues no podía darse el lujo de perderlo y dejarla sin esa dosis de cambio de suerte.

Al entrar al pueblo, caminó por la calle que lo llevaría hasta la casa de la destinataria, así, si ella ya había salido, se la encontraría en el camino.

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La vio a lo lejos. Llevaba una chamarra del color verde, un pantalón negro y unos tenis blancos. Aunque hubiera sido de noche, la reconocería aún a muchos kilómetros de distancia.

Levantó la mano para saludarla y se acercó a ella. Quería abrazarla pues la vio triste, sin ese brillo de las estrellas de enero.

Ella le devolvió el saludo y se detuvo a platicar unos minutos con él.

—Pensé que no te alcanzaba, —le dijo.

—Tengo algo para ti, para que lo guardes y lo tengas presente cada que la vida parezca ser complicado y que te da la espalda.

—Bueno, continuó, quizá no cambie todo, pero quizá te ayude a distraer tu mente y pensar que todo puede ser un poquito mejor, cada día.

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Sacó la cajita de la bolsa de su pantalón y la extendió hacia sus manos.

Ella la tomo. La abrió. Le llamó la atención la perfección de las hojitas y el verde tan intenso que tenía.

—Gracias, —dijo con un hilito de voz.

—Recordaré lo que me dijiste, —finalizó.

—¡Sí, hazlo! Y de verdad deseo que todo empiece a cambiar para ti, lo mereces y es necesario, le dijo intentando darle ánimos.

—Ah, bueno, solo te quito un minuto más, —añadió. Dicen que cuando tienes un trébol, tienes que pedir un deseo, así, con toda tu fuerza y que la vida te lo cumplirá. Así que cierra tus ojitos, toma el trébol entre tus manos, colócalo en tu corazón y pide aquello que tanto deseas.

Ella lo hizo y la vida empezó a cambiar.

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