Cuando vemos el escenario mundial actual, representado por los procesos de globalización, una duda insistente tiende a recorrer el pensamiento, a saber: ¿Es la globalización esa tendencia contemporánea a la interconexión social a escala planetaria que permite, mediante los vínculos sociales, culturales, económicos, políticos y tecnológicos, un verdadero y más continuo desarrollo? O, por otro lado, ¿será que estos procesos globales no son más que nuevas formas de crear relaciones de dependencia y dominio que permiten administrar a escala planetaria a las sociedades de los distintos estados alrededor del mundo para tener un poder de mando camuflajeado con la máscara del desarrollo y la cooperación?
Si miramos más de cerca la actual crisis sanitaria mundial quizá podamos responder a la interrogante anterior, ya que el fondo de esta pandemia que azotó a nuestro planeta desde inicios del año pasado, conlleva rasgos muy particulares de control y organización social que, vistos bajo el análisis de la biopolítica, nos permiten ver que, detrás de las más gentiles intenciones de los países democráticos capitalistas avanzados por apurarse a desarrollar vacunas contra el SARS-CoV-2, yace una dinámica política oculta que esconde un alarmante proceso de administración y control social que, en años venideros, podría desembocar en prácticas malthusianas de control de densidad poblacional a escala global, dirigidas por las más altas cúpulas de los países céntricos.
Lo anterior, más que ser visto como una mera teoría conspiranoica, debe ser entendido como un mecanismo natural de la biopolítica, cuyo rasgo esencial, como señala Michel Foucault, termina por ser el control y la administración de la vida. Para el filósofo francés, el paso de los regímenes absolutistas a las formas de gobierno modernas del siglo XX, es muy notorio. El cariz principal que se altera entre estos periodos no es que haya mayor o menor poder, sino la forma en la que ese poder es ejercido sobre el cuerpo social. Lo que los gobiernos absolutistas o despótico tenían era el poder sobre la muerte del súbdito. El soberano disponía del cuándo, del cómo y de las razones por las que alguien debía morir. De esta forma, el ciudadano actuaba con base en el miedo que el soberano ejercía sobre él, pues la figura de este representaba para los sujetos una especie de espada de Damocles, un riesgo siempre latente de morir, que, al final, era lo que organizaba sus vidas en la colectividad.
No obstante, el verdadero poder, como lo dice Foucault, es aquel que se ejerce sobre el otro sin que este lo perciba como una fuerza externa, lo que hace que la acción de dominar sea más fácil ya que se pasa de una imposición de uno sobre el otro a una administración que sigue teniendo esa esencia de control pero suavizada, pues sus mecanismos de dominio ya son consensuados y no coercitivos porque la idea del acto realizado se ve como producto de mi voluntad y no como consecuencia de la voluntad de un superior.
Es esta forma de control social lo que caracteriza a la biopolítica, momento histórico en el que el gobierno se centra en la correcta administración de la vida de los ciudadanos, motivo por el cual, áreas como la estadística, la medicina, los estudios demográficos y de medición social se vuelven tan necesarios, pues devienen en herramientas de control de primer nivel para el agente político. De esta forma, podemos ver como todos esos índices y porcentajes de natalidad, defunción, actividades laborales, numero de integrantes en la familia, nivel de estudios, conteos poblacionales segregacionistas en cuanto al género, edad, religión, clase social, etc., forman parte de los análisis básicos para el monitoreo de la vida del cuerpo social, ya que, manteniendo en niveles aptos a la población, el Estado logra un mayor rendimiento en sus funciones.
Así pues, vemos que la matriz del funcionamiento biopolítico estriba en que para el Estado es más rentable un sujeto administrado que uno castigado, un sujeto que se piense (aunque no lo sea) libre en sus actos que uno que se sepa determinado. El gobierno, en este caso global, que lleva a cabo gestiones biopolíticas, gracias a sus mediciones y conteos, sabrá cuándo aplicar políticas de prevención social y cuándo no; también sabrá determinar los factores que representan un riesgo y los medios que se requieren para mantener al porcentaje más necesario de la población a salvo.
Sin embargo, es aquí cuando nos encontramos con un gran problema, ya que, para el Estado, la población representa simplemente una cifra que, en niveles óptimos o mínimos, le confieren ganancias o pérdidas, pero jamás una empatía humana, aunque logre aparentarla a nivel discursivo externando sus dichas o lamentos por la población, cuando ésta, en realidad, únicamente representa para los administradores del Estado una serie de cifras, lo que hace evidente que para el gobierno el sentimiento de tragedia deriva de la magnitud de los números en juego, pero nunca de la valoración de la vida humana, ya que antes de ser ciudadano se es cifra.
Ahora bien: ¿Cómo interactúan en este análisis la biopolítica, el SARS-CoV-2 y la globalización? Si bien una tentativa respuesta la encontramos en la administración global de la pandemia que, aunque muy mal planificada por la mayoría de los Estados, responde a las dinámicas de control y medición social de la biopolítica (conteos respecto al número de contagios, de personas hospitalizadas y de personas aliviadas, así como también de cuantos de ellos son hombres, mujeres, infantes o ancianos), un análisis más profundo nos conduce a un nuevo elemento que se alza como mecanismo de control social al cual todas las sociedades periféricas se encuentran supeditadas hoy día: el dispositivo-vacuna.
La lucha por descubrir un remedio a esta crisis sanitaria en realidad se puede traducir como la carrera de las grandes potencias por encontrar el dispositivo de control que les permita ejercer relaciones de dependencia y administración sobre la periferia, ya que el dispositivo-vacuna funciona como un organizador y controlador social porque lo que representa la vacuna en el imaginario colectivo no es una simple cura, es vida otorgada desde el vasto imperio del desarrollo que termina por configurar mi actuar tanto individual como colectivo.
Esta pandemia debe verse como la oportunidad de planificar un escenario aún peor para tomar precauciones, pues, aunque la actual vacuna sea algo totalmente necesario, el monopolio de ella sólo evidencia que en el plano global unos siguen siendo los cuidadores y otros los cuidados, y, mientras los primeros sigan manteniendo el dominio económico y tecnocientífico, la periferia no pasará de ser el amplio cuerpo social administrado bajo los criterios de los países desarrollados.
Es en este punto donde radica el meollo del presente escrito, ya que no es una crítica a las medidas sanitarias en cuanto a la creación de la vacuna contra el SARS-CoV-2, sino una invitación a repensar la pandemia actual para entrever cómo los mecanismos biopolíticos, que ya se ponen en práctica, podrían en un futuro llegar a actuar de forma más predatoria, pues el dominio de ulteriores dispositivos-vacuna ante virus más riesgosos colocarían en un puesto de supeditación aún mayor a la periferia, y, por consiguiente, los mecanismos de administración de la vida terminarían por ser monopolizados por la globalidad central.
El ejemplo no lo tenemos muy distinta, basta con ver el contexto de nuestro país, que presume de formar parte del club de las 20 economías más importantes del mundo pero que es incapaz, pese a tener universidades con prestigio global, de desarrollar su propia vacuna, lo que significa estar supeditados al mercado global de las grandes potencias y entablar vínculos de dependencia.
Es por ello por lo que la vacuna debe ser vista en tanto dispositivo de control, porque, más allá de curar, al ser monopolio de las grandes potencias representa un mecanismo que interviene directamente en la vida de la sociedad global, pues al estar controlada su producción, costo y distribución por ciertos países dominantes, modifica sus relaciones y, como diría uno de los mayores representantes de los biopolíticos, Giorgio Agamben, en su libro ¿Qué es un dispositivo?, captura, determina y orienta, las actividades, los gestos, los discursos y las opiniones de las personas.
El dispositivo-vacuna es el nuevo concepto teórico que la pandemia nos ha traído, y debemos tenerlo presente porque, en un futuro, teniendo ya la experiencia de que la humanidad busca todos los medios para autodestruirse, podría transformarse en un arma de dominio y control aún más activa de lo que ya lo es ahora, ya que, en manos de algunos, lo que puede representar salvación y vida tiende a convertirse en extorsión y medios de dominio.